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13/11/2003
Menores en Colón

El camino del delito...


La inseguridad es una problemática que crece. Debe ser resuelta con un concienzudo trabajo social. La historia del delito en nuestra ciudad.


En las ciudades del interior podemos observar en vivo y directo las diversas etapas que transitan los menores que delinquen.


El último capítulo de esta historia es repetitivo. Los jóvenes recorren una peligrosa y estrecha senda que solo tiene un destino después de cumplir los 18 años y ser punibles: poblar las unidades carcelarias de la región. En sus legajos judiciales (prontuarios) quedan marcadas a fuego parte de sus vidas.


Lo paradójico es que los jóvenes que “visitan” obligadamente las penitenciarias ya tienen una “sentencia” con su propia vida. En las condiciones de detención es muy improbable que sean recuperados socialmente. Las estadísticas frías e inflexibles indican que una vez liberados en un alto porcentaje volverán a reincidir en el delito.


En tanto, el Estado (municipal, provincial y nacional) ante cada una de estas historias, perdió tiempo, invirtió mal y es responsable de no haber “estado” previniendo la escalada delictiva de estos adolescentes.


Si realizamos una balance, nos damos cuenta que no hubo lugares aptos para educarlos o familias sustitutas que se hicieran cargo, ni siquiera equipos de trabajos interdisciplinarios que sirvieran de contención.


En la década de los noventa en nuestra ciudad, fuimos testigos del inicio delictivo de chicos que solamente tenían ocho, nueve y diez años. Sus primeros pasos fueron muy simples. En un descuido de los moradores (casi siempre por la mañana y en hogares habitados por ancianos) ingresaban a las viviendas y se llevaban la cartera de la mujer o algún artículo de valor.


En ocasiones cobraban peaje a otros menores para circular por ciertas calles (46 y 17 o 53 y 7) y muchas veces actuaban como descuidistas llevándose elementos valiosos de los autos estacionados y que eran dejados sin las trabas de seguridad.


La edad de los menores avanzó y pasaron a una segunda etapa que estaba íntimamente relacionada con los primeros pasos en el mundo la droga y la urgente necesidad de buscar “botines” económicamente más suculentos. Los ya adolescentes ingresaban a viviendas y comercios, violentando puertas y ventanas y se llevaban lo que podían.


En este periodo de sus vidas se vislumbraba una asociación con personas mayores que aprovechaban el “estado” de necesidad y “reducían” la mercadería de origen ilícito, pagando por ellas algunas monedas.


En esta etapa el camino era conocido. La policía investigaba los robos, detenía a los chicos y daba intervención a los jueces de Menores. Los magistrados tomaban (en algunos casos) declaración y los ponían bajo la tutela de sus progenitores ( en un noventa por ciento con hogares destrozados), prometiendo la visita de asistentes sociales que nunca llegaban. El ciclo se repetía cada vez con mayor frecuencia. La solución estaba cada vez más alejada.


La tercera y última etapa llegaba a la vida de estos jóvenes por inercia. Los adolescentes crecían y tenían 16 y 17 años, conseguían un arma y comenzaban con asaltos a comercios. Las víctimas primero fueron kioscos, luego almacenes y por último supermercados.


En un corto periodo de dos años, ya muchos de estos jóvenes tenían 18 años, fueron asaltados en nuestra ciudad 45 negocios. En el presente y luego de largas investigaciones policiales estos jóvenes (superan el número de 14) tienen condenas que se están cumpliendo en cárceles de la región.


Lo doloroso e incomprensible es que el Estado pudo haber evitado esta escalada. Solo bastaba actuar cuando estos niños fueron detenidos por primera vez o se sospechaba que estaban transitando un camino equivocado.


Son paradojas de la Argentina. También “ganamos” si discutimos la problemática sobre la base econométrica del capitalismo salvaje, mentor del sistema económico que marginó a la mayoría de estos jóvenes “delincuentes”.


¿Cuánto le costó al Estado no haber llegado a tiempo en estas historias que se multiplican por miles a lo largo y ancho del país?


¿Cuanto presupuesto ejecutado hubiésemos ahorrado, en patrulleros, cárceles, daños ocasionados etc, etc?.

El presente


La escalada se vuelve a repetir. Las autoridades municipales, provinciales y nacionales no terminaron de aprender la lección. En el año 2002, en nuestra ciudad fueron denunciados que varios menores de entre 8 y 10 años cobraban peaje a otros menores que salían a ser los mandados o simplemente querían circular por calles céntricas.


Los mismos menores en el 2003, serían los responsables de robar cables a los acoplados que estacionan los camioneros en la playa que se tiene para tal fin en boulevard 50 y Ruta 8.


Los robos se producen en pleno día ( a la noche existe una guardia privada). Un ejemplo de lo que ocurre lo dio un trabajador del volante cuando días atrás observó a dos jóvenes cortar los cables eléctricos del acoplado.


El propietario del camión siguió por varias cuadras a los dos ladrones y finalmente atrapó a uno. La sorpresa fue muy grande y desagradable. El chico atrapado no tenía más de doce años y se puso a llorar desconsoladamente.


El trabajador lo dejo ir. En su poder tenía dos bolsas con los cables eléctricos que a los cuales seguramente le sacaría el cobre para venderlo a alguna persona mayor. El dinero esa noche iría a parar en poder de un pasador de drogas y el ciclo volvería a repetirse.


El próximo paso es anunciado. El menor crece y comienza a ingresar a las viviendas con fines de robo, luego vendrá la última etapa que será la de robo calificado. Mientras tanto ¿Dónde esta el Estado para encarrilar estas situaciones?.


La seguridad no se gana con cárceles y policías en la calle. La seguridad se gana “estando” el Estado donde debe “estar”.


En estos casos asistiendo a los menores en situaciones criticas y brindándole apoyo, contención, y educación. Más allá de policías, carros de asalto y guardias privados, se necesita planes integrales donde nación, provincia, municipios, justicia y policías, trabajen en conjunto en un proyecto a mediano y largo plazo.


La violencia es un gran monstruo que ya comenzó por comerse parte de la sociedad y va por el resto.


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