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04/09/2015
Historia Nuestra (Nota 14 )

El último charito por Victor Calvigioni


En el año 1971, en una excursión de caza hacia la laguna La Tigra, siguiendo el ondulante arroyo "El Pelado" alumnos de la Escuela Agrícola Salesiana pudieron aprehender lo que podría ser el último charito de la región y se lo entregaron al Padre Isidro Máspoli. El charito quedó largo tiempo en el sector avícola del establecimiento escolar.


Los concursos de caza se organizaban cada año y participaban todas las promociones. Los eventos eran organizados por el maestro Don Bartolomé Gheno, un italiano que había nacido un 9 de julio de 1926, en Bessica di Loria (Treviso-Italia) y abrazo la causa Salesiana en 1940 en Montalenghe. En Argentina, el gran educador enseño a podar con su gastada tijera, y fabricar productos de granja a decenas de generaciones de nuestra región.
Uno de sus virtudes fue organizar los concursos de caza y pesca que se realizaban los domingos. El campeonato duraba los nueve meses del año, y cada pieza que se conseguía tenía una puntuación. Uno de los más altos se lo llevaban las perdices, las mar-tinetas y la posibilidad de cazar un ñandú, aunque para esa época ya se creían extinguidos.


Una excursión de caza


Cada año (muchas veces acompañaba a los grupos) el maestro Gheno transmitió como se podía "agarrar" una perdiz o una martineta sin usar armas de fuego. Su técnica "casi india" era aprendida rápidamente por sus alumnos. Los participantes (los equipos se dividían por año de estudio) preparaban durante la semana un palo de regular grosor cortado de una rama de las abundante especies de árboles que rodeaban la escuela. El contundente elemento no debía medir más de 60 centímetros de largo y se lo debía balancear correctamente para que al lanzarlo diera en su recorrido varias vueltas como si fuera un molinete. En algunos casos estaban tan bién fabricados que al lanzarlos se escuchaba un ruido parecido a un silbido.
Un domingo cualquiera, el grupo formado por 10 a 15 jóvenes salían de la Escuela con agua potable, algunas provisiones y dos o tres pequeñas cañas de pesca. Se caminaba por los campos generalmente hacia la localidad de Rojas y muy cerca del arroyo que cruza la amplia llanura. En el trayecto se podía agarrar tortugas, metiendo las manos en las cuevas que estaban a la orilla del agua, pescar bagres y hasta tomar alguna nutria. Siempre dos o tres adolescentes se concentraban en la pesca (cerca de un puente) y la utilidad de lo conseguido se lo fritaba en una sartén y era compartida por el grupo cuando se realizaba un "descanso" en la tarea. También se llevaban dos o tres galgos para cazar liebres. Sin embargo un plato apetecible y que daban muchos puntos en el concurso eran las perdices. La técnica enseñada por el docente italiano, era la siguiente: entre 10 y 12 chicos se ponían en línea recta en dirección del viento. Se caminaba en silencio y cuando salía una perdiz o martineta, siempre volaban paralelo a la fila que se conformaba en un espacio de 7 u 10 metros entra cada uno la partida de cazadores. En ese momento se lanzaba el palo balanceado y era muy raro que el ave escapara. Si se fallaba, se seguía el plumífero fijándose donde "aterrizaba". El proceso volvía a repetirse. Cada cazador sabía que era seguro que después de tres vuelos de la perdiz se la podía agarrar con la mano porque ya cansada no podía volar. Al regreso al establecimiento escolar y ya lunes por la tarde, dos de los participantes se encargaban de cocinar las piezas bajo la forma de escabeche. Se utilizaba una olla de hierro renegrida de tres patas.
Una vez terminada la tarea culinaria se comía entre los que habían participado de la excursión.

El día "D"


La jornada donde se pudo cazar el charito se caminó hasta la laguna La Tigra. En el regreso tomando como referencia las "curvas" del arroyo, cerca de las cinco de la tarde de una calurosa tarde de noviembre, apareció en una especie de bajo, el charito.
Estaba solo y al observar el grupo a unos veinte metros comenzó a correr abriendo las pequeñas alas. Todos salieron tras el ave, y uno de los alumnos en medio del griterío soltó un galgo blanco. Por la velocidad del can y a pesar de las "gambetas" del pequeño ñandú en pocos segundos cayó bajo las patas del perro. Rápidamente llegamos al sitio donde la cría de ñandú se defendía fieramente con una especie de grito y abriendo el pico. Un alumno lo pudo agarrar por las patas, mientras el propietario de galgo contenía a este. El charo salió ileso y fue la última vez que pude observar a este ave en forma natural en nuestros campos.
* Experto Agrario, Agronomo General, Técnico Tipificador de Ganados y Carnes, Técnico en Administración de Empresas.


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