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13/10/2010
OPINIÓN

¿Por qué la oposición política no puede unificarse?


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Por Julio Godio (director del Instituto del Mundo del Trabajo). La pregunta se plantea en diversos segmentos sociopolíticos de la sociedad argentina. Como es lógico, el interrogante suscita fuertes preocupaciones en el heterogéneo campo sociopolítico de los partidos y grandes organizaciones empresarias críticas del gobierno....


También suscita entusiasmo en el campo sociopolítico kirchnerista, que confía en que la división de la oposición facilitaría el triunfo electoral del FPV-PJ y sus aliados en 2011.


Sin embargo, como diría Antonio Gramsci, las preocupaciones o el entusiasmo suelen ser respuestas generadas desde el “sentido común”, no desde el “buen sentido”. En efecto, el “buen sentido” nos remite a una explicación más profunda: la oposición todavía no puede unirse porque es la suma de fuerzas políticas que se derrumbaron producto de la crisis global generada en 2001. En forma directa, esa crisis arrastró al descrédito y a la división de los partidos de la Alianza, y ahondó la descomposición del menemismo.


Entre los damnificados también estuvo el PJ, reorganizado precariamente alrededor del duhaldismo y la Liga de Gobernadores.
La rapidez de Eduardo Duhalde y el ex presidente Raúl Alfonsín para reorganizar una especie de gobierno de emergencia compartido dio sustento al desvencijado PJ y permitió la instalación de un nuevo gobierno, preservando la democracia política. La sociedad argentina aspiraba a que la crisis se resolviera con nuevas elecciones, y sobre esta base se edificó una especie de gobierno “parlamentario”, base de apoyo del duhaldismo.


Salida electoral. La convocatoria a elecciones presidenciales en abril de 2002 abrió el cauce para restablecer el funcionamiento de los tres poderes del Estado.
La mayoría de las fuerzas políticas no-peronistas aparecían como “retazos del pasado”: radicales, frepasistas, menemistas y el propio duhaldismo no atinaban a entender qué les había sucedido en 2001. Es en este contexto de crisis de los partidos que emerge con ímpetu el peronismo kirchnerista: en enero de 2003, Néstor Kirchner sólo alcanzaba el 7% de intención de voto.


Las políticas económicas de Duhalde y Roberto Lavagna se fueron deslizando hacia el neodesarrollismo. Debe recordarse que este viraje dentro del duhaldismo aparece como afín a procesos similares antineoliberales en varios países de la región, entre ellos Brasil y Venezuela, para entonces.
Las elecciones presidenciales de segunda vuelta, de haberse presentado Menem, habrían culminado en un triunfo aplastante del kirchnerismo. Precisamente, el kirchnerismo se había apropiado del “buen sentido”, lo que le permitió expresar políticamente el deseo profundo de la sociedad de cambiar el modelo económico-social.


El kirchnerismo no declamó el cambio: se puso a la cabeza de las demandas populares en materia de derechos humanos, restablecimiento de los acuerdos tripartitos entre sindicatos (CGT), organizaciones empresarias (UIA) y Estado, puso en marcha a las empresas recuperando rápidamente los niveles de empleo, se mejoraron las jubilaciones y pensiones, se extendió el régimen de subsidios al desempleo y mejoró sustancialmente el gasto para educación y salud. El empleo fue considerado una variable fundamental del nuevo modelo económico, lo que se reforzó por la mejora en los precios de explotación de los commodities.


La “revolución desde arriba” fue encontrando formas de implantación en la sociedad. Entre estas formas se destacan los logros a través del sistema político-electoral (triunfos electorales en 2003, 2005 y 2007) y a través de las movilizaciones de apoyo de los sindicatos y los movimientos sociales. Así, en 2007, el peronismo-kirchnerismo ganó las elecciones presidenciales con el 45% de los votos, llevando a la presidencia a Cristina Fernández.


El papel de la llamada “oposición política” al kirchnerismo fue lamentable en esos años. No podía reaccionar frente a las sucesivas iniciativas progresistas de los gobiernos kirchneristas. Agravaba la situación de desconcierto de la oposición el hecho de que no operaban desde partidos políticos, sino a través de resistencias de caudillos aislados. Con ese método era muy difícil atenuar las rispideces internas en un campo opositor en el que confluían corrientes ideológicas derrotadas históricamente: conservador-peronistas, radical-sociales, progresistas liberales al estilo de Carrió, etc.


La resistencia de la derecha. La Iglesia Católica sólo atinaba a declamar su poco creíble pesar por la pobreza, pero alentaba a resistir incipientes iniciativas en materia de aborto, matrimonio igualitario, etc. Pero quien mostraba ya sus preocupaciones era la “derecha económica”, que no veía con buenos ojos (desde un sector de la UIA, desde la Asociación de Bancos Argentinos, la Sociedad Rural y la Asociación de Empresas Argentinas) la institucionalización del rol de los sindicatos. Al mismo tiempo, alertaba sobre un supuesto peligro de “chavismo” en Argentina.


La derecha económica logró unirse, y se planteó crear una situación de “dualidad de poderes” y “guerra de posiciones” para frenar y desgastar al kirchnerismo. Comenzó con la disputa por la Resolución 125, y le siguió la derrota electoral del gobierno en 2009. La resistencia al kirchnerismo fue asumida como una tarea de largo plazo por los principales medios de comunicación concentrados y los escuálidos partidos de la oposición.


La derecha económica, con el apoyo de los grandes medios de comunicación, salió a la superficie en 2008 y alertó a los partidos de la oposición que no tendrían destino dentro de la “guerra de posiciones” sino se plegaban a las operaciones mediáticas antikirchneristas y lograban constituir una oposición política “paralizante” desde el Congreso Nacional. Pero el Gobierno mantuvo la iniciativa política y profundizó su rumbo con la estatización del sistema de jubilaciones, la nacionalización de Aerolíneas Argentinas, la sanción de la ley de ingreso universal por hijo, etc.


La derecha política tiende a las divisiones y está retrasada frente a la oposición convergente del gran capital concentrado. Pero especula con que nuevos cimbronazos políticos puedan llevarla al poder, en un contexto de inestabilidad institucional y desmoralización de la sociedad civil.

El kirchnerismo, por el contrario, sigue representando políticamente a la línea de fuerza nacionalista-industrialista surgida con la “revolución desde arriba”. Sin embargo, para ser flexible tácticamente, necesita construir un centro de convergencia político-social “oficialista” capaz de frenar a la derecha económica y demostrar una vez más el anacronismo histórico de la oposición política.



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