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24/12/2009
El análisis de Carlos Eichelbaum

Valenzuela activó la memoria de los argentinos


Cavalo_241209 (28k image) (Dypra / GEI) - Casi el doble de desempleo que el actual (17,1% contra 9%); una consecuente política de precarización del mundo del trabajo en su apogeo que arrasaba con salarios y condiciones laborales de los trabajadores; profundización de los niveles de pobreza e indigencia; una reforma tributaria antiindustrial y antiexportadora que además encarecía fuertemente tarifas y transportes; generalización del IVA al 21%; crisis del modelo de convertibilidad y de su paternidad –con el reemplazo del hasta entonces superpoderoso ministro de Economía– y máximo nivel de dependencia de la economía nacional respecto de las exigencias del Fondo Monetario Internacional. También, estallido judicial del escándalo del negociado de la empresa norteamericana IBM y el Banco Nación...






Esos eran los indicadores centrales, las notas esenciales, de la Argentina de 1996 que el secretario de Estado adjunto para América latina de los Estados Unidos, el chileno-norteamericano, Arturo Valenzuela, con una percepción claramente distinta de la que tuvieron los argentinos sobre el tema, propuso como modelo perdido de “seguridad jurídica” y de generador de entusiasmo para los inversores.


Añoranzas
Sería esa Argentina, dejó entender Valenzuela, o una parecida, la que debería surgir de los “algunos cambios” que pregonó sin mayores precisiones, aunque los relacionó con problemas de “seguridad jurídica” y de “manejo económico”, para que los empresarios norteamericanos con negocios en el país dejen de lado sus “preocupaciones que llevarán a que no podrán realizar las inversiones que estarían interesados en hacer hacia delante”.
A trece años vista, el planteo de Valenzuela resulta todavía más extraño si se tiene en cuenta que aquellos indicadores críticos del año 1996 se fueron reconfirmando y agravando en una dinámica que desembocó en la larguísima y durísima recesión, la vertiginosidad que alcanzó paralelamente el proceso de fuga de capitales y profundización del endeudamiento externo, hasta explotar en la crisis del 2001 y 2002.


El 1 a 1 les caía mejor
Claro que resulta comprensible que a los empresarios norteamericanos les cayera mejor la “seguridad jurídica” y el “manejo económico” de la Argentina de Carlos Menem y Domingo Cavallo, y de Roque Fernández a partir del 27 de julio de ese año, tras la renuncia del padre cuanto menos técnico de la convertibilidad.
Eran épocas en las que el ministro de Trabajo, Armando Caro Figueroa, uno de los grandes ideólogos de la precarización laboral, no se hubiera animado ni siquiera a la muy tibia reacción de su sucesor de estos tiempos, Carlos Tomada, frente a las permanentes violaciones a las leyes y decisiones judiciales sobre relaciones laborales en las que incurre la filial argentina de la multinacional Kraft, precisamente de origen norteamericano. En esos mismos tiempos, además, no había límites a las posibilidades de remisión de utilidades al país de origen de las empresas, y el esquema de valorización financiera del capital, gracias entre otras cosas a que la política cambiaria y de tasas de interés, permitía hacer enormes y muy rápidas ganancias en dólares en el mercado bancario.


Gestos
Aquella “seguridad jurídica” garantizaba también a concesionarias de servicios públicos privatizados en los años inmediatamente anteriores y con marcos regulatorios inexistentes o casi, concesionarias generalmente de capitales multinacionales, la posibilidad de actualizar tarifas, a valor dólar, según los índices de inflación de los Estados Unidos, muy superiores a los de la Argentina de la convertibilidad.
La comprensión puntual de las objeciones de Valenzuela se hace un poco más difícil si se tiene en cuenta que, a pesar de la oposición de varios otros sectores, el Gobierno de Cristina Kirchner impulsó e hizo aprobar en el Congreso, en acuerdo con los sectores partidarios opositores que fogonean las opiniones de las que el funcionario de Barack Obama se hizo eco, la reapertura del canje de la deuda pública. Y en un gesto aún más fuerte hacia los organismos multinacionales de crédito, acaba de anunciar la creación por decreto de un fondo de garantía de la deuda financiado con las reservas “excedentes” del Banco Central.


Disciplinamiento
Pero los comentarios de Valenzuela, en realidad, se enmarcan en la flamante decisión de los Estados Unidos de lanzar señales de disciplinamiento hacia su “patrio trasero”, sobre todo hacia aquellos gobiernos de América latina que en los últimos años, con sus más y sus menos, vienen planteando actitudes de mayor independencia respecto de Washington.
En los últimos días la jefa directa de Valenzuela, la secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton –en el ’96 era primera dama de su país–, había formulado sin disfraces advertencias duras contra esas actitudes de autonomía, dirigidas sobre todo a los gobiernos de Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, colocados, no todos por las mismas razones, en una especie de primera línea en las fuentes de malhumor para la administración Obama. El Gobierno argentino también mantiene controversias con Washington en temas como el de la complacencia de fondo con el golpe de Estado en Honduras o el del establecimiento de bases militares estadounidenses en Colombia. Más que críticas particulares por situaciones de negocios de las empresas norteamericanas, los comentarios de Valenzuela parecieron destinados a dejar constancia de que la línea abierta por Hillary también tiene a Buenos Aires en sus alcances.


Destacado: El planteo del enviado de Obama resulta todavía más extraño si se tiene en cuenta que aquellos indicadores críticos del año 1996 se fueron reconfirmando y agravando en una dinámica que desembocó en la larguísima y durísima recesión, la vertiginosidad que alcanzó paralelamente el proceso de fuga de capitales y profundización del endeudamiento externo, hasta explotar en la crisis del 2001 y 2002.




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