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17/09/2009
Económicas

La fortaleza de la economía argentina


ferrer_170909 (31k image)Por Aldo Ferrer (*). (Dypra) - Durante todo el período de la hegemonía neoliberal, el “pensamiento único” descansó en el supuesto de la debilidad del país, la insuficiencia de recursos y la imposibilidad de desplegar un proceso de desarrollo nacional. Predominó entonces la visión fundamentalista de la globalización, según la cual, en el orden mundial, el poder está concentrado en pocos protagonistas (los mercados financieros, las corporaciones transnacionales, las grandes potencias)...


Consecuentemente, un país periférico, como la Argentina, carecería del poder decisorio para trazar un sendero propio de desarrollo. Sólo podría “transmitir señales amistosas a los mercados” para ser destinatario de los créditos e inversiones externas. Éste fue precisamente el fundamento de la estrategia de la década de 1990 y de su antecedente más próximo: el programa del 2 de abril de 1976. El resultado fue un cuarto de siglo, de retroceso económico, deterioro de las condiciones sociales y, finalmente, el derrumbe del sistema.


Desde la crisis del 2001/02 hasta la actualidad, el comportamiento de la economía argentina es una demostración categórica de su potencial y, por lo tanto, de cuán infundado es el enfoque neoliberal. Esto posibilita un cambio de época en la trayectoria de la evolución económica del país.


Potencial económico


Esta primera década del siglo XXI abarca, en el tramo 2002-07, un extraordinario proceso de recuperación. Se generó un elevado superávit del balance comercial, recuperó la recaudación de impuestos y generó un sustantivo superávit primario del Estado nacional y las provincias. A su vez, la devaluación real del tipo de cambio mejoró la competitividad de la producción transable internacionalmente, y la pesificación del sistema monetario recuperó al Banco Central como autoridad monetaria. Las tendencias internacionales ayudaron con los buenos precios de los commodities exportados por el país. La política económica respondió con eficacia a los desafíos y nuevas circunstancias abiertos por la crisis del 2001/02. Sobre estas bases fue posible el exitoso canje de la deuda externa en el 2005 y sustentar el financiamiento en el ahorro interno, no en deuda externa. La inversión con ahorro interno, la producción y el empleo, respondieron rápidamente. En el 2007, el PBI era 50% superior al del 2002, la relación inversión/PBI pasó del 12% al 24% y el desempleo se redujo en la mitad.


Por primera vez, desde el golpe de Estado de 1976, el país recuperó el comando de su política económica y dejó de estar sujeto a las condicionalidades del FMI. Ésta fue la primera revelación reciente del potencial de la economía argentina. Es decir, de recuperarse y crecer, abierta al mundo, apoyada en su ahorro y recursos propios y, consecuentemente, en el comando de su propio destino.


La crisis global y la Argentina


La segunda revelación tuvo lugar entre el 2007 y la actualidad. En ese entonces, la economía había logrado una posición vecina al pleno empleo de los recursos y el PBI crecía a una tasa anual del 8%. A partir de allí, se sucedió una serie de acontecimientos, internos y externos, que detuvieron el crecimiento de la inversión, la producción y el empleo.


En efecto, desde fines del 2007 tiene lugar la crisis financiera internacional, inaugurada por la debacle de las hipotecas subprime en el mercado norteamericano y su propagación a todo el sistema financiero globalizado. Enseguida, la economía real y el comercio mundiales registraron el impacto de la contracción del gasto, el nivel de actividad y el empleo en las mayores economías occidentales y la desaceleración en las economías más dinámicas de Asia. La caída de los precios de los commodities fue la correa de transmisión inmediata entre la crisis mundial y la economía argentina.


Pero no fue sólo esto. Internamente se acumuló una serie de problemas que agravaron el cuadro. El prolongado conflicto del campo con el Gobierno generó un escenario inconveniente para la expansión continuada de la inversión y el crecimiento. La polémica sobre la confiabilidad de las estadísticas apuntó en el mismo sentido. A su vez, la sequía deprimió la producción agropecuaria y la gripe agravó el cuadro de malestar. Este conjunto de circunstancias negativas fueron potenciadas por el proceso electoral, en el cual, como sucede en todas partes, los problemas de la realidad aparecen tamizados por la disputa política.


Solidez macroeconómica


¿Qué pasó y está pasando con la economía argentina frente a la acumulación de hechos negativos en los últimos dos años? En el plano financiero se destacan varios hechos principales. Por una parte, la solidez del sistema bancario. Por la otra, que la economía continúa generando superávit en los pagos internacionales, no aumento de deuda, las finanzas públicas están menos sólidas pero siguen bajo control y la actividad, privada y pública, se financia con ahorro interno. Estos hechos permitieron absorber el impacto de una sustantiva fuga de capitales, equivalentes a alrededor del 20% del ahorro nacional, sin que el sistema colapsara como sucediera, a fines del 2001 y principios del 2002, con una fuga, la mitad de la reciente.


En resumen, tanto en el auge 2002/07 como en el escenario actual, la economía argentina reveló, en el transcurso de esta primera década del siglo XXI, lo que tanto tendió a despreciarse y, en el mejor de los casos, ignorarse. Es decir, su potencial para vivir con lo suyo, abierta e integrada al mundo, en una posición simétrica y no subordinada en el orden global.


Lugar seguro y rentable


Si afianzamos la confianza en el potencial del país y el convencimiento de que el lugar más rentable y seguro, para invertir el ahorro interno, es nuestro propio país, habremos resuelto la mitad del problema del desarrollo sustentable con equidad. El ahorro interno, cercano al 30% del PBI, equivale a más de u$s100.000 millones anuales. Si estos recursos se invierten en el país, naturalmente se volverá a los mercados voluntarios internacionales de crédito, para atraer recursos complementarios, no sustitutivos de los propios. La otra mitad del problema la resolvimos cuando el país volvió al régimen de la Constitución. Sin instituciones estables no hay desarrollo. Así como la economía argentina reveló en estos años su potencial, la democracia demostró, desde 1983, su capacidad de arbitrar, dentro de la ley, los conflictos inherentes a una sociedad pluralista y democrática. Las respuestas del sistema fueron a veces buenas y otras no tanto. Queda pendiente avanzar en la propuesta del mensaje inaugural de la Presidenta de mejorar la calidad institucional de la República y su capacidad de arbitraje para evitar, por ejemplo, los costos del conflicto del campo.


En resumen, la economía argentina tiene toda la fortaleza y el potencial necesarios para impulsar el desarrollo del país y evitar repetir las frustraciones del pasado. Las respuestas necesarias en la actualidad para recuperar el crecimiento de la inversión, la producción y el empleo, descansan en el fortalecimiento de la competitividad de la producción argentina, sólidos equilibrios macroeconómicos y políticas de ingresos que compatibilicen el crecimiento con la razonable estabilidad de los precios. Es posible remover los conflictos de fabricación doméstica de los tiempos recientes y desplegar políticas para enfrentar la crisis mundial y seguir creciendo. Esto no depende, esencialmente, de factores externos, sino de la calidad de nuestras propias decisiones.


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