14/07/2000
La vida después de los setenta: Enrique Bianchini, 82 años.

Daniel Bianchini se instaló en nuestra ciudad en l905. Había emigrado de Lombardia, Italia, se casó con Florentina Zerbarini, oriunda de Baradero. El comercio lo instaló, cuando terminaba el primer lustro del siglo en 51 y 16, donde todavía funciona en la actualidad. La bautizó recordando a su tierra natal "La baltelina".
Enrique Bianchini nos dice "cursé los estudios en la Escuela Nº 4, pero en ese tiempo solo tenía cuarto grado, así que el quinto lo hice en la Escuela Nº 1, cuando todavía estaba en la esquina de 49 y 18 y el sexto grado lo realice en el actual edificio de 48 y 18".

El octagenario recuerda que "a los 14 años comence con la comercialización de vinos, recorria la ciudad con un carro. El vino venía a granel desde Mendoza y nosotros lo fraccionabamos en el local, si hasta mi padre construyó piletones de cemento para guardarlo.
Nuestro comercio tenia la propia marca para la distribución y que se llamaba "El Rutero". La venta llegaba a varias ciudades de la región. Eran otras épocas, la gente tenía palabra.
Todavía recuerdo como si fuera hoy los viajes a Mendoza, se iba con camiones tanques, cuatro veces al mes y traíamos en cada viaje cerca de 27 mil litros. A fin de mes se remitía el valor de las cargas a la bodega que nos vendía".
Daniel Bianchini se casó con Felisa Josefina Millet y tuvo una sola hija. El comerciante recuerda "en aquellos tiempos había colaboración con los demás comerciantes de Colón. Nuestro colega era Montagna que distribuia la marca "Pipi", pero siempre nos consultabámos las necesidades que teníamos, no competiamos, cada cual atendía su marca y su comercio y había un espiritu solidario".

El vinero de Colón nos dice "en esa época se vendía mucho más vino y era de muy buena calidad. Personalmente tengo más de trescientos viajes a Mendoza. La ruta me la conocía de memoria, si hasta recordaba cada pozo". Agrega "también llevaba vino a los grandes establecimientos rurales, cuando era la campaña de maíz que duraban tres y cuatro meses".

También Bianchini, recuerda: "en ese entonces, llegaban grandes contigentes de santiagueños en trenes y se bajaban en la estación, donde los propietarios de campo los venían a buscar. Eran trabajadores golondrinas que también iban a Mendoza por la vendimia, a la cosecha de la manzana en Río Negro o al Chaco para recoger el algodón.
Será por eso que pocas de esas familias se radicaron en Colón. Los campamentos en los establecimiento grandes, llegaban a veces a las trescientas personas y se hacían una especie de tolderia con construcciones tipo quincho, realizadas con chalas de maíz ,bolsas arpilleras y lonas.
Era un trabajo muy duro, he podido observar familias que salían con su bebe de meses a la zona de "lucha", donde se cosechaba el maíz con maletas y los dejaba en los surcos durmiendo, mientras ellos trabajaban. Pude ver las lauchas andando alrededor del menor, pero algo notable no existía el mal de los rastrojos".

Daniel Bianchini argumenta "el vino fue decreciendo en su calidad con el transcurrir de los años . Los médicos dicen que el tinto es mejor para la salud, pero mi experiencia me dice que no es asi, porque se puede adulterar, para mí el mejor es el blanco por que nadie lo puede mezclar porque el color queda muy turbio.
En el presente el vino es quimico y de calidad muy mala, todo es artificial. El ejemplo es que no se podría vender a tres pesos la damajuana como ocurre en muchos comercios de barrio si fuera un vino puro. En aquella época la graduación alcholica llegaba a 14.50 y hoy apenas supera los 11".

El comerciante argumenta "nuestra empresa siempre tuvo una línea de conducta, pero he visto distribuidores foraneos que traían el corcho flojo de la damajuana y le sacaban la etiqueta de seguridad y asi le agregaban un litro de agua para luego ponerle algún edulcorante para darle mejor gusto, esto siempre existió y va a existir, por eso a veces no debe sorprendernos el precio que tiene el vino en la actualidad en algunos lugares".
Daniel Bianchini continua a los 82 años con su trabajo en el galpón que vió nacer el comercio en 51 y 16. En su escritorio guarda viejos cuadernos con las anotaciones diarias de las ventas. Son verdaderas reliquias histórica.
En uno de los cuadernos aparece una anotación y señala al cronista "yo le vendía vino a tu abuelo, fue un gran amigo, era muy buen cliente y comercializaba el producto en el sur de Santa Fe. Recuerdo que vino de España en 1904, aca tengo todo anotado, es como si fuera la historia de la región".



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